Saliendo de la oscura cueva en dirección a Jesús (Homilía V Domingo de Cuaresma)
¿Quién puede abrir la sellada muerte, sino la Palabra de Vida?
¿Quién puede pasmar asombrando hasta hacer perder el habla, sino Jesucristo, a quien todo le está sometido?
¿Quién sino él puede lo que nadie puede, y, sin embargo, sigue cosechando indiferencia y olvido, golpes y desamor?
A medida que se acerca la Hora, mientras algunos creen al ver los signos que Jesús realiza, otros se endurecen en su corazón. Porque, hasta el final de los tiempos, convivirán el misterio de amor, y el misterio de iniquidad.
El ciego de nacimiento había abierto los ojos y el alma, postrándose en un acto vivo de fe ante Jesucristo. Así, el Señor se revelaba como Luz del mundo.
Lázaro estaba muerto, y retornará a la vida, levantándose y saliendo de la oscura cueva en dirección a Jesús. Así, quedará de manifiesto quién es la Resurrección y la Vida.
Sin embargo, los hombres del templo se afirmarán en su ceguera…
La soberbia suele construir muros en el corazón. Y esa fortaleza que se edifica, con la suma de actos deliberados, provee las armas de la ira, y los mapas del odio.
Los mayoría de los escribas y fariseos, a esa altura, ya están encerrados en sus desmesurados orgullos. Ya no se filtra la luz de Dios en sus interiores. Han clausurado el alma con el sello de la incredulidad. Y las palabras que les dirigiera Jesús comienzan a evidenciarlos:
“Yo los conozco, y el amor de Dios no está en ustedes”.
Por eso, enterados de la resurrección de Lázaro, convocarán al Consejo y resolverán decididamente matar al Santo, al que pasando por la tierra haciendo el bien, enseñaba como quien tiene autoridad.
Desde entonces, Jesús rondará Jerusalén con precaución, esperando el momento de entrar como Rey para la Pascua, y consumar, así, la obra de amor por la cuál fue enviado al mundo.
Aquella Betania de amigos sería testigo del signo que anticipa la Resurrección del propio Jesús.
Porque, aquellos hermanos, Marta, María y Lázaro eran sus amigos… Jesús frecuentaba aquel hogar. Sus discípulos lo acompañaban. Era lugar de descanso en sus subidas a la ciudad santa. Era un espacio de recreación en medio de la agitada vida pública del Señor.
¡Amigos de Cristo!
¡Dios busca amigos!
¡Quiere Jesús hacernos sus amigos!
Un libro sapiencial dice que “el que encuentra un amigo encuentra un tesoro”; pero Jesús va más lejos, dirá que “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos”. Y agregará: “Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando”.
En aquella Betania hay un amigo enfermo. Y ese amigo muere.
Sus hermanas lloran, y Jesús se compadecerá compartiendo esas lágrimas.
Pero el prodigio se acerca, cuando Jesús se mueve para ir a despertarlo, a levantarlo de la muerte, a suscitar la fe.
Les dirá a sus discípulos: “Me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean”.
Es este el milagro que antecede a su última subida a Jerusalén. Los adversarios de Jesús, alarmados de su fama, preparan toda su artillería de veneno, toda su violencia contenida, toda la maledicencia de la propia envidia.
Jesús subirá a la muerte para derrotarla. Vencerá en la cruz entrando en su oscuridad clausurada. Abrirá sus fauces y le dará fin. Triunfará sobre, el hasta entonces, fatal destino.
Él es la Vida. Él ganará el duelo con la muerte. Y por eso, este, su último signo es una resurrección.
Y aunque Lázaro es resucitado para volver a esta precaria existencia, significa ya un preanuncio de aquella otra, la definitiva Vida, la que no muere más, la eterna e indefectible, la libre de dolor y pesadillas, la Vida misma de Dios compartida, gracias a Aquel que es la puerta, el Señor, el Amigo que nos ha ido a preparar un lugar.
El que devuelve la vida a Lázaro, nos llama a vivir en amistad con él, guardando y realizando la verdad, cargando por amor la cruz, imitándolo para ser dignos de su herencia.
Nuestras tristezas, fracasos, desencuentros, carencias, sólo pueden ser vividos dignamente y con sentido, desde la fe.
Sólo Dios puede animarnos, entonces, a esperar el éxtasis luminoso donde se colmarán todos nuestros deseos de comunión, de belleza, y de felicidad.
Aquellas hermanas creían que todo se había acabado. Además, se sintieron desconcertadas, porque Jesús no había llegado, y se había quedado dos días más en el lugar donde fue anoticiado.
Pero Jesús, nunca permite el dolor de sus amigos, si no es para sacar mayores bienes
Así, deslumbró una vez más con su poder. Él, que tanto lo amaba, sacudió a la misma muerte con su Voz: ¡Lázaro, ven afuera!
Así, nos dice a nosotros cuando nos ve atados por las vendas del pecado, y ciegos con nuestro sudario de incredulidad.
Sal a la luz. Jesucristo, te llama. Amén.