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  Domingo XXVIII
 
 


 

Dios nos invita a la fiesta de su Hijo (Homilía Domingo XXVIII)


¿Cómo somos?

Elegimos la rebeldía, la autosuficiencia, el vivir según nuestros caprichos.

Elegimos dictar nosotros las leyes del bien y del mal. Ser como dioses. Investigar lo que nos excede.

 El Amor nos busca. Pero no vamos a su fiesta.

El Amor nos pide pobreza de espíritu, pero elegimos la arrogancia, el desenfreno, la voracidad, o la avaricia.

Así, andamos. Así, nos justificamos. Así, también, solemos vivir sin nuestro traje de fiesta.

Sin el revestimiento de Cristo…  Dice Dios por boca del profeta Jeremías:

“Mi pueblo ha cambiado su gloria por la Impotencia… Me ha abandonado a mí, fuente de agua viva, para cavarse cisternas, cisternas agrietadas que no pueden conservar el agua”. 

 

La revelación bíblica no hace sino ir mostrándonos la fidelidad amorosa de un Dios que sufre de no ser amado.

Un Dios al que el amor lo ha hecho vulnerable.  Un Dios que, en Cristo, expresa el extremo de su vulnerabilidad, y se vuelve como un mendigo de amor, un sediento, un ávido de nuestra amistad.

 

 

Dios nos invita a la fiesta de su Hijo. A la participación de su gloria. A una vida en la luz.

Pero el pecado es oscuridad. Y como dice Juan en su evangelio: “La luz vino al mundo, pero los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas”.

Dios nos concede la gracia de celebrar el amor redentor de su Hijo. De comer la perfección. De existir en alabanza.

Pero con el pecado existimos en la queja, y bebemos tibieza, y nos negamos a perdonar como el Señor nos perdona.

 

 

La parábola de hoy, algo nos dice de todo esto...  Se nos señala el posible rechazo a la fiesta de la comunión con Dios.

Fiesta no de matracas y serpentinas, de vulgaridades y ruidos, o de disfraces que maquillan tristezas, sino la fiesta de la gratuidad, la fiesta que es un fin en sí misma, que es contemplación, y que no apunta a lo utilitario.

La fiesta  que es comunión con las cosas y los otros, con el esplendor y el gozo de ser en Dios creador, y redentor nuestro.
 

 

Jesús es la fiesta. Su Espíritu obrando en nosotros. El tiempo de oración. La contemplación de sus misterios.
El eterno cielo. La conversión del alma. La fe compartida. El amor fraterno. La eucaristía.
 

 

 Estamos invitados. El Cordero prepara palmas para los rescatados con su sangre.

El nos ha elegido por amor. El fue despojado de sus vestiduras en la hora de la cruz, para ataviarnos a nosotros con el traje de la justicia.

El nos justifica. El ha venido a rescatarnos del pecado y de la muerte. A revestirnos de una vida incorruptible.

Aceptemos, entonces, su amor y su fiesta.

 

 

 
 
   

                      

 
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