Cristo Rey (Homilía último Domingo del Año)
Cristo es Rey. Y su reinar es magnánimo, bondadoso, sabio, ordenador, paciente, pacificador, misericordioso, veraz, y eterno.
Cristo reina en el corazón de sus elegidos, y en las comunidades que guardando su Palabra la practican.
Cristo reina porque ha sido exaltado, “constituído heredero de todas las cosas”… “El es el resplandor de la gloria de Dios, y la impronta de su ser.
El sostiene el universo con su Palabra poderosa; y después de realizar la purificación de los pecados, se ha sentado a la derecha del trono de Dios en lo más alto del cielo.
Así, llegó a ser tan superior a los ángeles…”, dice la carta a los Hebreos.
Sin embargo, aunque Cristo reina, como Señor y Juez, la plena manifestación de su reinar llegará al final de los tiempos. Cuando cada hombre frente a Cristo que es la Verdad, quede desnudo en su auténtica relación con Dios.
“El Juicio Final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte”, leemos en el Catecismo.
Cristo Rey, entonces, reinando en un “universo nuevo”, como dice el Apocalipsis, enjugará toda lágrima de los ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque habrá pasado el viejo mundo”.
De este Rey de majestuoso amor nos hemos burlado los hombres. Lo hemos injuriado. Lo hemos golpeado con palabras y látigos en el prójimo, lo hemos olvidado en la cama del enfermo, en la viuda pobre, en el huérfano sin besos, en el niño de la guerra.
Lo hemos querido borrar del mapa con nuestras legislaciones bárbaras, contrarias a la razón, y a la dignidad de la persona humana.
Nos hemos burlado del Santo Rey de reyes llamándole malhechor. Jugando con fuegos nucleares. Adulando a Caín. Extraviándonos en la avaricia. No enfrentando a los seductores del mal. Aplaudiendo las obras de las tinieblas.
Y sin embargo, su amor permanece… Y mientras peregrinamos nos da el tiempo favorable, tiempo de conversión, tiempo, también, de esperanza: “Venga a nosotros tu Reino”… “Marana Tha: Ven Señor Jesús”.
El cartel dejaba leer en hebreo, griego y latín la siguiente inscripción:
“Este es Jesús, rey de los judíos”.
Así, procedían los jueces. Se colgaba al cuello del ajusticiado el motivo de la sentencia, que luego se fijaba sobre su cabeza.
Esas tablillas o carteles llevaban el nombre de titulus (título), que hoy nosotros usamos para designar, desde el nombre de una obra de arte, hasta las habilitaciones de nobleza, de estudio, de propiedad, de honor, etc.
¡Cuánto ruido de pergaminos en el mundo! ¡Cuánta vanidad! ¡Cuánto diploma enmarcado!... Mientras Cristo, llevó su título ensangrentado, y su corona sin rubíes ni esmaltes, y su manto como una llamarada escarlata, toga de loco, túnica de manso Cordero de Dios.
“El que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios…”, dice Juan.
¿Pero cuáles son las obras de nuestra fe?
¿Cuánto contemplamos el amor de Cristo, su entrega hasta la muerte y muerte de cruz, su lección de humildad, su majestad sin oropeles?
¿Podemos amar a nuestro Rey buscando reinar a nuestro capricho, o fomentando la tibieza, o sin combatir las obras del maligno?
El estilo noble del Rey Jesús debería enamorarnos… Él, que carga todo el poder no lo ostenta. Él, que es la Sabiduría misma no hace alarde. Él, que puede disponer de una legión de ángeles no se defiende. Él, que es Dios pasa como un hombre entre tantos. Él, que es el Amor muere como Rey rechazado.
Concluyendo este año litúrgico, queremos dar gracias al Señor, el Viviente, Aquel ante el cuál toda rodilla se dobla en el cielo y en la tierra. A la vez, que queremos desalojar la tibieza y la vanidad de nuestras vidas.
Porque al decir de San Juan de la Cruz:
“ Mira que no reina Dios sino en el alma pacífica y desinteresada”.
Hagamos nuestras, también, las palabras del buen ladrón:
