Amor de Madre. Misión de Madre. (Homilía Solemnidad Santa María Madre de Dios)
Iniciamos el año acercándonos a María…
En su regazo ponemos cartas de amor. Deseos. Buenos propósitos… Esperanzas de hijos, de frágiles pecadores, de necesitados, de sedientos de amor, de mendigos de paz, de creyentes.
Nos acercamos a la dulce Madre como estamos, con todo lo remolcado, con todo lo que han traído y se han llevado los años, con lo ganado y lo perdido, con más pasos dados sobre este mundo, con ataduras o libertad nueva, con mayor o menor guerra o paz en el alma.
Pero venimos a María con fe. Y venimos sin miedo. Nos acercamos a la Madre con la confianza de sabernos amados.
Porque el amor de María es siempre, y siempre será, amor incondicionado. Amor que no hace cuentas, no calcula, no computa.
Amor de Madre. Misión de Madre. Amor y misión de Madre de Dios. Amor y puerta, para que entremos por ella a Cristo. Misión de estrella, para que no nos perdamos en las noches de tormenta al surcar los mares bravíos de la existencia, con nuestra nave tantas veces caprichosa, o enemistada con el timón.
¿Cuántos Ave María saldrán de nuestro corazón este año?
¿Cuántas veces pronunciaremos su nombre con entera luz en el alma?
¿Cuántas veces la amaremos encendidamente para alegrar más a su Hijo?
¿Cuántas noches nos dormiremos confiándole secretos temores, o nuevas esperanzas?
Ella ha cargado con la mayor responsabilidad: Ser la Madre de Dios. Y, desde la Cruz, esa responsabilidad se expandió: Ser la Madre de la Iglesia.
La Madre que procura hacernos totalmente de Jesús.
Y, por eso, es ella la que encamina su intercesión para impedir que resbalemos hacia las pendientes del dragón.
Y, por eso, es ella, ahora en Gloria, la que acompaña el crecimiento nuestro en la vida sobrenatural.
Porque, ¿qué otra cosa puede querer María sino que seamos libres en Cristo?
O firmes en la fe. O sobrios en medio del mundo. O pobres de espíritu. O mansos como el Cordero de Dios. O amigos del perdón. O multiplicadores de los talentos que hemos recibido.
Cerca de la Virgen siempre seremos jóvenes.
Ella nos asegura una juventud en el alma, más allá de los almanaques y las vueltas de la tierra alrededor del sol.
Porque el amor rejuvenece. Porque la vida de la gracia es lozanía siempre nueva.
Y ella es la Madre amor, la llena de gracia, la inmaculada, la favorecida, la digna de confianza, la que en nuestro interior acompaña la obra del Espíritu, que es hacernos semejantes a Cristo.
Por eso, no hemos de temer el futuro…
Todo lo que venga, vivido en estrecho abrazo con la dulce Virgen, será para florecer en santidad.
Y por eso, te bendecimos Madre.
El perfume de tu nombre, oh María, nos siga como una dulce sombra los días que vamos a vivir, y que encomendamos a tus cuidados y ruegos.
Tú que eres la mujer revestida de sol…
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros…