La Buena Noticia trae una alegría con raíces… No se trata de una alegría superficial, pasajera, destinada a una pronta marchites, sino de una alegría que arraiga en la verdad. Una alegría verdadera. Honda. Incorruptible. Una alegría que, nos enseña Jesús, “nadie nos podrá robar”.
Esa Buena Noticia resonaba desde las aguas del Jordán. Era la Buena Noticia cargada de esperanza, del perfume de lo inédito, de futuro restaurador. Era la Buena Noticia de un Mesías. Buena Noticia agitadora de la modorra de los tibios, oxigenadora de la fe moribunda de muchos, animadora hasta los tuétanos para cambiar el corazón. Así, el Bautista preparaba a su pueblo: exhortándolo a un cambio, practicando un bautismo de penitencia, invitándolo al arrepentimiento, al desprendimiento y a la comunión de amor con los carenciados, al ejercicio de la justicia que, siempre, limpia el corazón.
Anuncia, el Bautista que, ese Mesías, será más que un retoño del rey David, será el Mesías sacerdote, capaz de transformar por medio del fuego y del Espíritu.
Como un heraldo del gran rey y Señor, sabe el Bautista, que a él le toca preparar al pueblo, no a una elite, a todos, para que bien dispuestos se hagan seguidores de aquel que, sí puede liberar; y a quien el propio Juan no es digno de desatarle siquiera la correa de las sandalias.
Y al otro lado del mar muerto, en la fortaleza de Maqueronte, el Bautista acabará sus días, como verdadero profeta y digno precursor del Cristo.
Prisionero de Herodes Antipas, aún, latía de esperanza. Aislado en los sótanos de la fortaleza, él sabía que los tiempos mesiánicos habían llegado. Separado de las aguas del Jordán, y en comunión de exigencias con sus discípulos, no dejaba de mostrarse valiente con su denuncia.
Entonces, víctima tenía que ser. Víctima santa del resentimiento de una mujer, Herodías, y de la debilidad de un hombre, el incestuoso tetrarca Herodes. Así, el Bautista verá sellado su insobornable profetismo: con el martirio.
¿Hay alguna voz en nuestro interior profetizando como el Bautista?
¿Estamos escuchando que hay una Buena Noticia, que nos pide cambios?
¿Nuestra conciencia está anotando aquello de lo que necesitamos arrepentirnos y liberarnos?
Porque para eso está el adviento… Para prepararnos a un nacimiento. Para nacer, despojándonos de lo viejo.
La Buena Noticia pide hambre de santidad. Pureza de corazón. Trabajar por la paz.
La Buena Noticia gusta de la misericordia. Levanta luces. Conserva la bondad.
La Buena Noticia exige más amor, siembra de verdad, más lugar para el perdón.
¡Cristo es la Buena Noticia!
Cuando demorado en los ojos de María, su Madre, busque amparo como bebé… será, para nosotros, la Buena Noticia de la ternura de Dios… Pero, hasta entonces, ¿no vamos a buscar ninguna purificación?
¿No haremos caso a Juan el Bautista?
¿No atenderemos al “orar y vigilar” hasta que él venga?
En el fuego de su Evangelio se quemen nuestras tangentes…
No eludir su Buena Noticia sea nuestro final de adviento.
En palabras de San Rafael Arnaiz:
“ Me acerqué a Jesús pidiéndole me permitiera seguirle a todas partes como una sombra…”.