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Cordero de Dios (Homilía 2do. Domingo durante el año)
Habla Juan, y el aire se seca de confusiones...
"Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo", dirá... Y la claridad, tomará entonces las conciencias, y los corazones sinceramente oyentes, y la piedad de los pobres, y la inteligencia de los pequeños, y el candor de los justos...
La Verdad sonando. La Vida verdadera revelándose. El amor de Dios cumpliendo su promesa.
"Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo", dice el Bautista... Él, el último de los profetas del antiguo testamento, estremecerá a sus seguidores con este anuncio.
Aquellos judíos sentirán cómo vibran las Sagradas Escrituras en esas palabras, cómo se hacen presentes los relatos del libro del Éxodo, y las angustias de Jeremías el profeta, y los gritos de siglos del discípulo de Isaías hablando del siervo sufriente de Yahvé.
A penas, Juan señala a Jesús como el Cordero de Dios, muchos le abandonan para ir tras él.
Es que, ahora, sí ha llegado al que esperaban...
Ahora, sí, hay un rescate. Sí, hay una liberación. Sí, hay un don. Sí, hay expiación. Sí, hay un pasaje de las tinieblas al reino de la luz admirable. Ahora, hay Cordero pascual. Redentor irreprochable. Salvación...
Ahora, hay Jesús, para no seguir muriendo.
Jesucristo rescatará al precio de su sangre. Liberará como Siervo, varón de dolores. Hará posible una "nación de consagrados" por su inmolación. Expiará los pecados del mundo entregándose como Inocente. Abrirá la Luz de Dios, como casa definitiva, por aquel sacrificio de la Cruz, que lo situó callado ante sus esquiladores.
Nada de reyes prepotentes, Israel...
Nada de exitosos empresarios, mundo todo...
Jesús, el Cordero de Dios que padeciera humillación y muerte, es ahora el exaltado, el elevado a lo más alto del cielo, a quien adoran todos los seres celestiales; el revestido de poder y gloria inmarcesibles, rey de reyes y Señor de señores, Juez, y corona de los elegidos.
Pero esta exaltación le vino por su anonadamiento. Por su entrega.
Durante la esclavitud de los hebreos en Egipto, a pedido de Dios, los judíos debieron rociar con la sangre del cordero pascual los dinteles de las puertas, para que al paso del Ángel exterminador, los moradores de las casas marcadas, quedaran a salvo.
También, en el templo de Jerusalén daban muerte al cordero expiatorio por los pecados de Israel.
Con estas imágenes bíblicas, y con estas prácticas rituales, almacenadas y meditadas por el pueblo, comprendemos el alcance de las palabras del Bautista, la impresión conmovedora que hubo de provocar, en los corazones que esperaban la redención de Israel.
Decir que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, hubo de significar un cimbronazo sin precedentes en sus escuchas.
Una revelación magnífica, y acuciante.
¿Y nosotros, sentimos ese impacto?
¿Queremos seguir a Jesús por el camino de la Cruz?
¿Lo buscamos por la vereda de la mansedumbre?
¿Le pedimos, y nos determinamos por la santidad?
¿O le pedimos triunfar, ser siempre consolados, no sufrir pruebas, pasar derecho al cielo sin lastimarnos en el anuncio?
Al Cristo de los milagros, al proclamado Rey en Jerusalén, al admirado silenciador de sus oponentes, al fuerte expulsador de demonios... a ese Cristo es fácil seguirlo. También Judas lo hizo.
Pero al Cordero herido, llevado al matadero, coronado de espinas, solo en su huerto... a ese Cristo poco y nada lo consolamos.
Hoy, el sacerdote invitará nuevamente a la felicidad... Dirá las mismas palabras del Bautista. Mostrará a Cristo como Cordero saciador.
Elijamos seguirlo buscando ser irreprochables ante él por el amor.
La apasionada Santa Gema Galgani, decía en carta a su director espiritual:
"¡Feliz yo que, siendo tan miserable, soy recibida por Jesús! Sí, Jesús está en mí y yo estoy toda en él; espero me conceda la gracia de quedar enteramente transformada en él. ¡Pobre Jesús! Todas las mañanas, después de la Comunión, Jesús, mi buen Jesús, se me hace sentir cada día con más intensidad; me pregunta si lo amo...".
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