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  4to Domingo de Adviento
 

 

Palpitamos la pronta Navidad (Homilía 4to Domingo de Adviento)


El Emmanuel está a la puerta…
Su llegada anuncia la paz. La ocasión de ser nuevos. De llegar a nacer con su Nacimiento.
Hay un hombre justo pensando justamente, hay un ángel hablando en sueños, y hay una silente obra de Dios en el seno de una virgen.
El Nombre de Jesús resuena en el aire…
El Amor es correspondido: José obedece al cielo, María con su sí abre la salvación para los hombres, Dios entra en la historia confirmando su bendición.
 
Dios es amor. La iniciativa en el amor es siempre suya. Nos ama, y nos propone responder a su amor para que alcancemos la plenitud de su vida divina.
Por amor creó el universo, por amor fue preparando la vida en este punto de su desmesurado cosmos, por amor hizo a su imagen y semejanza a sus privilegiadas criaturas: el varón y la mujer; y por amor, reveló su plan salvífico. Por amor eligió el pueblo de Israel, y llamó a Abraham convirtiéndolo en padre de la fe, y nos habló por medio de la Ley y los profetas, y acercó el anuncio del inminente Cristo con el bautismo purificador del Bautista.
Todo. La vida, la historia, la multiplicidad de seres, el primer y último latido, María la Virgen, José, los evangelios, la Iglesia, y sobre todo Jesús, son el don de Dios. La obra de su inefable amor. Amor que, en Jesús, se acerca tanto cómo le fuera posible: Emmanuel, Dios con nosotros. Dios hecho verdadero hombre.
 
Y, así, palpitamos la pronta Navidad… Meditamos en el Amor de Dios… Ese amor que en la preparación de la llegada de su Hijo al mundo, no olvidó detalles ni ternuras.
¿Hemos pensado cómo dispuso que José y María llegaran a desposarse?
¿Cómo, así, le preparó un calor de hogar al Niño Jesús?
¿Cómo quiso Dios, en su sabiduría, darnos ejemplo de familia, viniendo a nacer y crecer, en el seno de un santo hogar?
 
Lo vemos a José, descendiente de David, oriundo de Belén, caminando la Galilea, quizá en busca de trabajo, cargando su oficio de carpintero, y llegando a Nazaret.
Allí conocería a María. Y de acuerdo con las costumbres de la época, sin duda, algún mayor, tratando con el padre de María, habrá ayudado (con recomendaciones), para que fuese posible el compromiso.
Aunque, legalmente, eran declarados esposos con el compromiso, todavía no convivían, según las prácticas de entonces . Y en verdad, tampoco se veían mucho, hasta que el esposo la llevaba a su mujer a la casa.
El Evangelio de hoy nos sitúa en ese momento, el tiempo del compromiso.
Y presumimos, que los instantes previos a este, fueron constructores de santo amor, tanto los delicados cruces de miradas, como las breves palabras. Siempre en presencia de Joaquín o Ana. Pero, allí, José y María intercambiarían precarias conversaciones. Algunas sonrisas prometedoras. Cintas delicadas de amor puro. Como huellas de benditos anhelos.
He ahí, también, entonces, una historia de amor… José y María… José y María, que serán sorprendidos por el Autor de todo amor, por el Amor mismo: el Dios que los hará protagonistas de lo nunca imaginado, lo que rebasándolos, los encontrará, sin embargo, firmes en la fe, fieles en la obediencia, y vírgenes para el Señor.
José y María… Un varón justo, y la criatura más bella y santa pensada y creada por Dios.
 
José, aún sin entender, sabe que María es inocente… Y es en esa certeza que funda su decisión de abandonarla en secreto. No va a denunciarla. Partirá asumiendo a los ojos de muchos la posible culpabilidad del hecho.
Pero él sabe que María es pura e inocente…
¡Cómo medir el temple de José!
¡Lo padecido en silencio!
¡Su hombría de bien!
¡Su virilidad santa!
Es que Dios había elegido a este varón fuerte y justo como custodio del Cristo. Y había elegido a la dulce Virgen María como Madre del redentor.
Fuerza y dulzura, estirpe real y mansedumbre, recio temple y abnegado amor… virtudes ejemplares, que recibiría Jesús, en su educación como hombre.
 
El ángel intervendrá en sueños, y José confirmará su certeza: El Niño proviene del Espíritu Santo, y será Salvador.
Desde entonces, se les abrirá a los esposos: el calor del hogar, el trabajo, las fiestas, las fatigas, los rezos compartidos, las responsabilidades, y el profundo, mutuo, y casto amor.
 
Podemos medir, desde esta historia de amor, que procede de Dios, y que le prepara a Dios, un feliz nido en su llegada al mundo, podemos entrever la corrupción y vulgaridad, con la que se vive y se legisla hoy, en lo concerniente a sexualidad, matrimonio, y familia.
 
Sea la Navidad, la llegada del Emmanuel, fuente ordenadora, conmovedora, transfiguradora, e iluminadora de nuestras vidas personales y familiares… Así, podremos comunicar orden, transfiguración, y luz, al conjunto social. Amén.




 
   

                      

 
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