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  III Domingo de Cuaresma
 
 

Un agua sobrenatural (Homilía III Domingo de Cuaresma)

Andando los caminos del hombre, el Amor nos busca… Fatigado y amante, Jesús se detiene junto a un pozo de agua. Es el mediodía. Y su sed habilitará un diálogo, cuando una mujer se acerque al brocal. Una mujer que se verá nacer en el feliz coloquio. Una mujer que sin esperarlo se sabrá encontrada por Dios. Una samaritana que comprenderá el recate operado por ese Raví judío.
¡Encuentro transformador!
 
El sediento Jesús ofrecerá el manantial de agua viva del Espíritu. El cántaro de la samaritana quedará olvidado junto al pozo.
Ella comenzará a beber la Verdad que libera. Será Jesús el que le hará reconocer que es ella la sedienta de firmeza, de camino, y de inmortalidad.
 
El pozo de Jacob era un pozo con historia. Y la historia ya había recibido al Salvador, Hijo de María.
El pozo era profundo, y más profunda, aún, la misericordia de ese Jesús peregrino, que le hará a la samaritana ahondar en su propio corazón, mostrándole con delicadeza sus pecados, señalándole a solas, con notable discreción, que él no hace diferencia entre las personas, y que conociéndola le regala lo primordial, lo que más necesita:
“Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”.
¡Encuentro transfigurador!
 
Lenta y paciente pedagogía la del Maestro. Un Jesús que vuelve a conmoverse por la pobreza de espíritu; en este caso la de la mujer del pozo, la humillada samaritana que se sorprenderá porque un Raví judío no la desprecia como era la costumbre, sino que es capaz de dirigirle la palabra y descubrirle suavemente su interior, iluminándola con apacible cuidado.
Ella comprenderá, poco a poco, y mientras se despliega el diálogo, quién es el que le habla.
El agua, el manantial que pregona Jesús, es su misma Vida, su Gracia, su Sabiduría, las que calman la inquietud, y los tormentos del corazón humano, y son la llave que abren puertas y ventanas de luz en los calabozos de la limitada razón, y abren a la infinitud los estrechos pozos de los apetitos naturales.
Así, por el don de Cristo se nos anticipa la gloria venidera en la fe.
 
Un agua sobrenatural. Un agua viva. Un agua purificadora… Porque la samaritana verá sus pecados, y será conducida al arrepentimiento, y notará cómo brota la fe en su interior; y por eso se preguntará acerca de dónde hay que adorar a Dios.
“Créeme a mí”, le dirá Jesús. Le insistirá, como a nosotros, que se agrada a Dios con un culto sincero, antes que nada interior, transparente, vivido con la simpleza de un niño.
Jesús nos enseña, que por el recogimiento nos acercamos a una comunión verdadera con el Dios vivo.
 
 Después de haber escuchado a Jesús, la mujer olvidó el cántaro junto al pozo, y corrió a anunciar las maravillas que Cristo había operado en su alma..
Ya era nueva.
El encuentro la había transformado. Y le había nacido un fervor inédito,
en aquel mediodía pleno de luz en su corazón. Había asentido a la palabra de Cristo. Había creído. Había comenzado su conversión.
 
En cuaresma hay Alguien que quiere mostrarme quién soy. Quiere mostrarme mi corazón sediento, necesitado de perdón, agrietado por sequías, desolado, tal vez, por los vientos del mundo.
No es con el cántaro de las cosas naturales como calmaré mi sed.
No es con más de lo mismo, con el agua material, con los cotidianos pensamientos y criterios mundanos.
Cristo quiere ser escuchado. Quiere penetrar con su agua sobrenatural. Quiere que lo acepte, y me deje renovar.
 
Quiere que tome su Sabiduría para vivir.
 
En versos de Santa Teresa:
“ Aspira a lo celeste
 que siempre dura,
 fiel y rico en promesas
 Dios no se muda ”.





 
 
   

                      

 
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