Se ora como se cree y se cree como se ora. (Homilía Domingo XXIX)
(Evangelio: Lc18,1-8)
Hay insistencias que son mero capricho, o frívola curiosidad, o intentos forjados por la mentira para algún fin egoísta.
De estas insistencias caprichosas, frívolas, o egoístas, nunca parece cansarse el hombre natural, el hombre viejo, el hombre superficial, el hombre sin Cristo.
A veces, insiste, también, en desoír la demanda interior, el reclamo del hueco, ese vacío que lo va fijando en una renovada insatisfacción; ese clamor de la angustia silenciosa que lo corroe, pero que no atiende… Más bien, busca apagarla con más insistencia en los vaivenes caprichosos de la superficialidad, del vivir arrojado hacia el afuera, lejos del corazón, sin oración, sin madurez, sin Dios.
Me pregunto cómo serán nuestras insistencias… Si abundan las caprichosas, o permanecen las benditas y nobles, las que se vuelven oración.
Me pregunto qué portentos y transformaciones sucederían, allí dónde una comunidad de fe orara con humildad e insistencia.
A lo mejor se cambiarían las conciencias conspiradoras de los legisladores que atentan contra la familia promoviendo matrimonios contra-natura.
Tal vez, se impediría que siguieran avanzando los actos de vandalismo de nuestros jóvenes universitarios, tan poco amigos de los libros y tan propensos a romper edificios públicos, ensuciar paredes, y perturbar la vía pública con injustificados cortes.
Quizás, si oráramos con clamorosa insistencia haríamos posible que se dejara de omitir en la educación de nuestros niños y adolescentes, la heroica gesta hispánica que trajera el Evangelio de Cristo a nuestra América; o dejaríamos de ver y escuchar las innumerables faltas de respeto que los Medios de comunicación alientan contra la persona del Papa. O frenaríamos la ideológica manipulación y tergiversación de las noticias; las falsificaciones de la historia, las corrosivas burlas a los principios doctrinales de la Iglesia, ya no sólo imprescindibles para la Salvación, sino también para el desarrollo justo y pacífico de los pueblos.
Había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres… dice Jesús en su parábola.
Inmediatamente nos preguntamos: ¿qué clase de justicia podría administrar un juez que no temiera a Dios ni respetara a los hombres?
Sin embargo, la enseñanza se deja apreciar: si un juez corrompido, un pecador, puede administrar justicia, no por amor a ella sino por sentirse importunado con la insistencia de una pobre viuda, cuánto más hará Dios a aquel que le ore con insistencia creyente, con fe renovada.
Claro que el que ore así, estará ya en la hondura de la fe; una fe vivida, una fe ardiente, actualizada, como hijo en el Hijo, como elegido, como discípulo y apóstol, como comprometido en su misión eclesial, como determinado en el seguimiento santo.
Será, en todo caso la feliz insistencia de un firme seguidor de Jesús, y no de un inestable caprichoso…
Llegar a ser como la viuda insistente es un bendito desafío… Se trata de alcanzar una madurez en la fe, que nos coloca del lado de la confianza imperturbable, y nos hace orantes profundos, pacientes, e insobornables en esto de ser de Dios.
Fe. Fe como fundamento, como arraigo, como búsqueda, como afirmación, como deseo, como combate.
“ Lex orandi, lex credendi ”… Se ora como se cree y se cree como se ora.
La oración es expresión de fe.
Y la fe viva, ardiente, encendida, hace del creyente un orante abridor de oscuridades. Un despejador de barreras. Un barredor de trampas.
Pidamos la gracia… que como enseña el Concilio Vaticano II: “ … se adelanta y nos ayuda… mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede a todos gusto en aceptar y creer la verdad ”. Amén.