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  Reflexiones
 

   
Ser orantes!

El orante se esconde en esa corriente esencial y misteriosa de Jesús con su Padre, y en ella va siendo transformado en hijo, silenciosamente, sin saber cómo. La oración no es un ingenuo método, ni un medio de la vida interior 'es la vida interior misma'. La oración es la vida de Dios, en la que nos deja participar. La oración no se hace; se recibe; es un don. Orar es ser introducido en esa corriente dinámica y sapiencial que es Cristo Jesús (Co 1,24), quien suspira continuamente por su Padre. Orar es aprender a ser hijo en el Hijo, y a reflejar su gloria (2 Co 3,18). Pero, dejarse meter significa el largo y lento aprendizaje de 'saber permanecer', que esa es nuestra respuesta en un largo trayecto del camino oracional.

    Permanecer con la conciencia lámpara encendida sobre un 'acontecimiento' tan indispensable como saberse, sentirse, vivirse, experimentarse 'en Cristo Jesús'. Cristo Jesús es el único lugar donde el orante puede orar y donde puede, al mismo tiempo, esconderse. Cristo Jesús es todo nuestro espacio teologal, al mismo tiempo que todo nuestro espacio teologal y humano (Mt 3,17).

    Ese es el espacio, sin modo (San Juan de la Cruz, 2S 4,5), en el que todo está contenido y sostenido (Col 1,17), en la humanidad de Jesús. Orar no es tanto hablar, es abrirse; ni pensar en Dios, sino consentir amorosamente en el hecho de que Dios nos está 'pensando' y 'amando' 'ahora'. En ese 'ahora' advertido y consentido, el orante ora y se va conviniendo en 'pensamiento' y 'amor' de Dios. Orar no es una ilusión, aunque ilusiona cuando se conoce su naturaleza y la dinámica profunda de relación y de transformación que se va realizando.


El orante tiene que aceptar desde los comienzos vivir ese acontecimiento de vivir en la fascinante oscuridad de Dios.
 Frente a esa inmersión gratuita en Cristo Jesús, nuestra superficialidad no domesticada tiene dificultad para permanecer en calma y silencio en Dios. Nuestra superficialidad no nos deja asumir la experiencia de vivir en Cristo Jesús y de que en él se realiza nuestra oración y nuestra naturaleza profunda.

 
    La oscuridad de Dios, dice Juan de la Cruz, es la desbordante realidad de su luz imposible para nuestros ojos, ahora. Tenemos que 'aprender a ser fieles a nuestro interior'. Antes, a hacernos conscientes de que no estamos huecos por dentro-dice santa Teresa. 



Nicolás de Ma. Caballero, cmf


 


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