“Las parábolas de la misericordia” (Homilía Domingo 23°)
Para meditar en la semana
Mientras el corazón humano, sin la gracia, busca y halaga, siempre y antes que nada a los triunfadores, el corazón de Dios se inclina a los pobres y necesitados, a los que siendo como niños claman por su misericordia.
Así, las tres parábolas de Lucas que hemos escuchado, bien podríamos llamarlas “las parábolas de la misericordia”, las parábolas que revelan el corazón del Padre: su desgarro compasivo, su conmoción por la oveja perdida, su alegría por la dracma encontrada, su ternura por el hijo recobrado.
La alegría de los ángeles, y el gozo del entero cielo, acompañan el estremecimiento de Dios por un solo pecador que se arrepiente.
Corta les parece la eternidad a los ángeles, y a los santos, para alabar y agradecer la misericordia de Dios.
Larga es la espera amante del Padre, para que aceptemos el don de su Hijo, y accedamos a la gracia que nos hace nuevas criaturas y nos santifica; y nos pongamos al alcance de la animación que viene del Espíritu, para combatir el buen combate de la fe.
Dios es perdón. Y su Luz de Luz no cesa de buscarnos…
Adán se escondió en su desnuda desconfianza, pero el hijo arrepentido, confiando se puso en camino, y se mostró en su retorno a la casa del padre.
Caín huyó de la presencia de Dios, y se convirtió en un fugitivo, cargando su culpa, pero el hijo de nuestra parábola, reconociendo su culpa, se hizo digno de una fiesta, y del abrazo bendito de su padre.
El diablo, sabiendo que le queda poco tiempo, sigue buscando con furor destruir la obra de Cristo, pero su Iglesia, como prolongación histórica de Cristo, sigue realizando las obras de misericordia hasta que Cristo vuelva.
Para Dios somos valiosos… Y por eso nos busca, y por eso nos ha dado gratuitamente una nueva condición: la de hijos.
Es pastor y padre. Y obra como la mujer que busca con empeño la moneda perdida.
Quiere la cobija del rebaño para cada una de sus ovejas, y la fiesta para el pecador hambriento, hambriento de cara a su chiquero.
Quiere que lo valioso no pierda su valor, desperdiciado y por el piso.
Dios se vuelve mendigo de amor… Porque es amor, amor busca… Porque amor es busca lo amado.
Parece que se enriquece con la moneda recuperada. Y regala abrazos con el hijo pródigo. Y que goza con la oveja que trae sobre sus hombros… Todas imágenes de una gran ternura. Todas escenas que revelan, cómo nos busca Aquel que nos amó primero.
Santa Teresita había fundado en la confianza su caminito. Y por eso, nos alcanza palabras conmovedoras, inspiradas en este Dios misericordioso:
“ Estoy segura, nos dice, de que, aunque tuviese sobre la conciencia todos los pecados que se pueden cometer, iría, con el corazón roto por el arrepentimiento, a arrojarme en los brazos de Jesús, pues sé muy bien cuánto ama al hijo pródigo que vuelve a él… ”.
Y también nos dice la santa: “ Jesús se complace en enseñarme el único camino que conduce a este divino horno del Amor; y el camino es el abandono del niñito que se duerme sin miedo en los brazos de su padre… ”.
Dejémonos encontrar por el Dios de infinita misericordia. No nos escondamos de su presencia, ni alejemos el rostro a sus caricias.
Ahora mismo, como Pan de amor, viene a nutrirnos…
¿No querrá, acaso, demorarse en cada uno de nosotros, y revelarnos sus secretos?
¿Acaso puede estar apurado Dios?
Dejémosle pasearse con su misericordia en nuestras almas. Amén.