.
  Domingo XXVIII
 
 
 


¿Qué derecho tiene la nada?  (Homilía Domingo 28º )

¿Cómo anda nuestra gratitud? ¿Nuestros pensamientos se perfilan, se nutren, se sostienen en el “gracias”? ¿Cultivamos el agradecimiento?
Porque hoy, sólo se escucha hablar de derechos, de exigencias, de protestas, de reclamos, de “dame ya”… Poco a poco, parece que se ha ido minando la capacidad de corresponder con el reconocimiento y la acción de gracias, así como se ido fomentando el resentimiento de clases, la descortesía, la indisciplina, el parasitismo, y la mediocridad.


Hay todo un bagaje de buenas costumbres pérdidas… Hay un cierto olvido de lo justo y saludable que es agradecer. Porque detrás de tantas cosas que conforman nuestro cotidiano vivir, hay enormes esfuerzos de hombres y mujeres, de personas que han trabajado con esfuerzo sus talentos, y que han sido generosos en la entrega de su tiempo, y que han empleado el ingenio, y han fatigado sus manos y corazones, alejados de la vagancia, la pura rebeldía, la demagogia, o la insensatez.

Basta ver este hermoso templo… ¡Cuántos han trabajado para que nosotros lo disfrutemos!... Y así, tantas cosas, como poder encender la luz eléctrica, o beber agua abriendo una canilla, o tener a mano el texto de la Biblia, o vacunar a nuestros hijos, o escuchar a Mozart en un CD… Detrás, de tantos cotidianos dones, hay gente, personas que antes de exigir, dieron su tiempo, inteligencia y esfuerzo para los demás (nosotros, por ejemplo), los que en justicia debemos agradecer antes que destruir u olvidar.
El Evangelio nos presenta, el asombro del bueno de Jesús. Su perplejidad se vuelve pregunta:
“¿No quedaron limpios los diez? ”, dirá Jesús. Y agregará: “ Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios sino este extranjero? ”

Me pregunto si los nueve leprosos judíos habrán creído que nada debían al que los curó. Como que era un derecho. Como que se había cumplido con un reclamo justo, y nada tenían para agradecer.
Lo cierto es que el samaritano, sí, volverá sobre sus pasos. Volverá cargado de alegría. Y volverá para compartirla con aquel que ha sido la causa de ella, la causa de su salud, la causa de su nueva vida; ya que ahora podría incorporarse a las fiestas y los eventos sociales, y aún a la simple y bella cotidianeidad.


Por eso, habrá regresado exultante a su pueblo, para abrazar a los suyos, y reiniciar sus tareas de todos los días; recomenzar el trabajo, volver a saludar a sus amigos, y realizar con asombro las más pequeñas cosas que le estaban vedadas cuando se hallaba enfermo, cuando andaba excluído y triste, meditabundo y oprimido por el mal.
 
¿Porque, no es cierto que, tantas veces, cuando perdemos algo comenzamos a valorarlo…?  
Fue en los límites de la enfermedad cuando los diez leprosos desearon la salud. Fue cuando perdieron la compañía de los afectos, cuando debieron comenzar a mendigar, cuando se les cerraron las puertas de las fiestas, cuando comenzaron a extrañar la sencilla y bella vida común… Y los diez buscaron a Jesús. Y los diez fueron liberados de esos límites. Y los diez recuperaron la fuerza de vivir, y las ganas de amar, y la hermosura del compartir… Pero, uno solo volvió a dar gracias…


Cuando leo este Evangelio, siento que a Jesús le dolió la ingratitud… Y así, pienso que le dolerán muchas ingratitudes nuestras.
La vida es el primer regalo a agradecer. Podríamos no haber existido. Este, el don de ser, el ser como don, ya de por sí debería arrebatarnos toda queja y nuclearnos en una sostenida acción de gracias. Fuimos sacados de la nada. Gratis. Por puro don. ¿O alguien creerá que Dios le debía algo al crearlo? ¿Qué derecho tiene la nada?
Y cada uno sabrá nombrar todos los dones sumados al don de la vida… El más extraordinario e insoslayable: el bautismo: Ser de Cristo. Ser Católico. Ser de la Verdad. Ser para siempre, y por Jesucristo, de Dios… Llegar a Participar de la misma vida divina para siempre.


Aquellos enfermos de la piel, leprosos en sentido amplio, salieron del aislamiento, y curados se presentaron a los sacerdotes, recibiendo cada uno su certificado de salud. Pero sólo el que se presentó ante Cristo renació, revivió, surgió de su agradecimiento como nueva persona. Sólo uno agradó como “cristiano” al Señor.
El cristiano y la acción de gracias han de ser una sola cosa…
Es una conciencia de la gratuidad de todo,  la que nos sostendrá lejos de la envidia y las penosas quejas, así como nos hará amigos de la humildad, y alegres en el Señor.

A Jesús, que es el Amor de los amores, le agrada la gratitud.




Si te gustan estas homilías, dejanos tu comentario.
 
   

                      

 
Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis